sábado, mayo 26, 2007

Relato: TRAVESÍA EN BUENOS AIRES (VOL. 2)

Para ver la primera parte, haz clic aquí

******************************

“ – Volvimos al mismo lugar Sherlock” – me dijo ella.

Mi experiencia nadando me lo explicó todo en breves segundos, y preferí ser directo:

“ – mmm. A ver, te aviso de inmediato: estamos metidos en una corriente (después preguntas que es, Watson), así es que mientras yo me doy la vuelta para salir, llamemos a uno de los seudo surfistas de la orilla.”

Ella río, y yo me calmé. El aire “tallero” que le imprimí a la situación logró su efecto esperado en mi hermana.

Le hice señas a un muchacho con tabla, y le grité lo mas sereno que pude el caso, pidiéndole ayuda para que ayudara a la niña mientras yo nadaba hasta salir de la corriente.

En vez de hacer eso, prefirió ir a buscar a los salvavidas.

Quizá solo llamó a uno, pero el caso es que aparecieron todos, que eran más o menos diez, incluido un muchacho de unos 9 años.

“ – Parece que vamos a tener problemas en la casa”

“ – Ni me lo recuerdes”

Llegaron los “guardianes de la bahía” chilensis, y quedaron estupefactos de ver a un par de bañistas conversando tranquilamente.

Les conté la situación.

“ – ¿Y quién de ustedes avisó que era una emergencia?” – preguntó el “jefe” a sus “hombres”

“ – “Yo. Me dijeron que era grave.”

Todos, absolutamente todos, se tomaron la cabeza al unísono y casi lloran.

“ - ¿Y que vamos a hacer ahora?” – dijo otro

“- No nos hemos muerto por si acaso” – bromeé, extrañado de la situación.

Me iban a responder, cuando de lejos se oye un rumor sordo y continuo: “tacatacatacataa”.

Era un helicóptero.



Se posó sobre nosotros, y el “jefe” me dijo:

“ – Ya, usted se va en esto, y nosotros nos llevamos a la niña. “

Preferí aceptar la oferta. Antes de contar en la casa que tuve que subirme al helicóptero con mi hermana, prefería cargar la culpa solo. Bastante tenía con haberla llevado mar adentro.

Tiraron un cordel grueso, y de él bajó un tipo en traje de buceo. Me amarraron la gorda pitilla alrededor del cuerpo, un arnés, y nos levantamos.

La sensación de ver a toda la playa mirándote desde abajo es indescriptible. Los cerros, las casas, ¡el mar!, dan un aire de superioridad tan grande que de un tirón olvidé el mal ánimo que tenía. El buzo me sacó del ensueño:

“ – Cuando lleguemos abajo, te tienes que arrodillar.”

“ - ¿Qué?”

“ - ¡Te arrodillas! Por el mareo!”.

El descender no pudo ser más triunfal. Las miles de personas de la playa hicieron un gigantesco círculo a mi alrededor, y me vieron bajar. El buzo fue levantado de nuevo, se despidió desde el aire, y un guardacostas me recibió.

Si, la pasé mal después. Reto fuerte y una inexplicable multa de la municipalidad, pero ya nada me podía destruir.

Al anochecer, salí silbando de la casa y fui a llamar por teléfono.

“ - ¿Aló?”

“- ¿Eres tú?

“ – Si. Necesito hablar contigo.”

“ – No me interesa, a no ser que tengas algo muy extraordinario que contarme”.

Eché la cabeza hacia atrás y reí con ganas.

viernes, mayo 18, 2007

Relato: TRAVESÍA EN BUENOS AIRES (VOL. 1)

Unos cinco años atrás. Habíamos terminado. El viaje a Ventanas habría sido distinto, si no hubiese tenido la decisión de no responder a su llamado y haberme metido a la fuerza dentro del furgón que mi padre contrató para que partiéramos a la playa.
¿Porqué cuento este preámbulo? Pues, porque la imagen de ella esperando mi voz junto a su teléfono me martilló durante toda la travesía y la llegada. Mi hermano mayor disfrutaba de todo, como el veinteañero con actitud preadolescente que siempre ha sido, y mi hermana menor, por entonces una verdadera púber, dividía su atención entre los dibujos animados y las primeras miradas hacia los chicos de las casas vecinas.

Como una forma de amilanar mi propia culpa, decidí andar cabizbajo y amurrado todo el día, y responder con sonidos guturales ante cualquier frase que se me dirigiese. Para qué decir las salidas: totalmente enclaustrado, salí una sola vez en la noche, y las siestas que nunca he tomado tuvieron auge durante las tardes, ya que jamás fui a la playa.

Salvo ese día.

Ahí estaba, errando por la arena, odiando mi existencia, cuando apareció mi hermana entre la multitud:

“ - ¿Nademos?”

Niños.

“- Tu no sabes nadar…”
“- ¡Enséñame!”

Bueno, tampoco recuerdo porqué, pero le tomé la mano y me adentré unos metros en el mar.

Me considero un hombre precavido, y por eso le expliqué a la señorita que iríamos hasta las boyas (a unos diez metros mar adentro), y luego nos volveríamos. Caminamos unos seis metros sobre la arena, con el agua hasta la cintura y sentimos que flotábamos.

“ - Oye, las boyas se alejan” – me dijo ella
“ – No es posible. Las amarran a cada extremo de la playa. En Valparaíso llegué hasta ellas”
“ – Ya Sherlock.”

En aquellos tiempos me tenía ese apodo, porque asombrosamente fue la única en la casa (después de mí) que aguantó las dos horas y media de “La Vida Privada de Sherlock Holmes”. Y antes de que apareciera “Chicago” en su vida, solía decir que era su favorita.


Precisamente en la cinta del detective iba pensando cuando llegamos a las mentadas boyas. Ella tenía razón. Primero, no eran pelotas hinchadas, de plástico hiperduro, sino que algún funcionario de aquella municipalidad pintó botellas no retornables de color naranjo fosforescente, y amarró todo desde un solo extremo. Nos habíamos alejado demasiado, y mi hermana, gracias al cielo, por lo menos había aprendido a flotar.
Cuando comenzamos nuestro retorno, ella comenzó a preguntarme sobre mi ex, y quise hundirle el rostro en el océano, pero me retuve cuando comenzamos a pisar de nuevo la arena.

En algo de medio minuto, seguíamos parados en la misma posición, ella interrogándome sobre mi chica, yo evadiéndola, y ambos caminando contra el mar.

De pronto, sin darnos cuenta, estábamos de nuevo cerca de las boyas.

“ – Volvimos al mismo lugar Sherlock” – me dijo ella, despreocupadamente.

La miré muy asustado y tragué saliva...

... Una corriente nos había arrastrado .....



(Continuará)

jueves, mayo 10, 2007

CAPÍTULOS DOS: COMPOSICIÓN SOBRE "MI TRABAJO"


Canción: El Pelo en la leche (Rescate)

Película:
“Psicosis” de Alfred Hitchcock”



Peso: Indeterminado

Hace muy pocos minutos tuve un singular diálogo con un alumno de primer año del liceo:
- ¿Tío, me puede prestar este vé-ashhése??
- A ver. Oye, y esto ¿Dónde lo encontraste?
- Detrás de esos libros.
Miro el videocasete y mis ojos se ríen solos.
- ¿Y para qué quieres esto? ¡Son los goles de la Copa América de Uruguay de 1995!
- Si, es que me gusta el fúrbol.

Debo aclarar, antes de comenzar este pintoresco retrato de mi lugar de trabajo, que no he podido pesarme porque el gimnasio ha estado cerrado, y yo no he podido por algunos problemillas.
Haciendo comparaciones, mi liceo anterior era Nueva York y éste es el pueblito galo de Asterix. Son todos medios campechanos, varios profes y funcionarios viven al frente y a la vuelta del lugar, y tienen una vida de barrio, comiendo papas fritas en la calle contigua, andan un par de estaciones de metro hasta Patronato y se compran sus cositas, y se cuidan unos a otros.
Lo único que no me gusta de los alumnos es el tema de los garabatos: desde la fábrica donde trabajé de obrero el 2003 que no oía tanta barbarie de boca de nadie. Y eso estuve jugando taca-taca con la Filomena y la Juanita al unísono.
Los directivos son todos artistas: te cantan, te bailan, te hacen asados, te toman tinto y te toman blanco, y al mismo tiempo se preocupan de los alumnos como si fuesen sus hijos, les preguntan por sus familias, les conocen los nombres, las mañas, los hobbies. Los mismo los profes. Si en mi liceo anterior ninguno de ellos se tomaba muy en serio el tema de la pedagogía (no en sentido peyorativo, sino más bien paródico), aquí son todos apóstoles de Santo Tomás (lo más cercano que encontré a un santo de la educación), sostienen largas conversaciones en base al verdadero significado de la evaluación, y llaman por teléfono a los apoderados para preguntarles porqué motivo no pudieron asistir a la reunión respectiva.
El lugar no es lo más bello que he visto, pero “salva”: tiene jardines, patios amplios, las salas y las oficinas están bien cuidadas y los auxiliares limpian por lo menos unas cincuenta veces al día cada lugar, y como son tan pocos alumnos, siempre hay tiempo para recoger papeles tranquilo y dar de comer a los gatos, que siguen a las “tías” como a la Presidenta el GOPE.
¿Lo mejor? El sector. Sí señores, porque la para mí desconocida Recoleta es una de las comunas más interesantes del punto de vista histórico: la Estación Mapocho pegadita en el límite, el Cerro Blanco, el sector Patronato, El Cementerio General y el Católico, la pérgola al lado del metro, casas y capillas antiguas y por sobre todo, el majestuoso San Cristóbal, en su ladera noroeste, con casas pellizcando el cerro, dándole un aire porteño que me encanta, y me quita lo gruñón que me pone el viaje de una hora andando de transbordo en trasbordo.
Y la colección de libros no será demasiada (menos de dos mil), pero tiene títulos que en el otro no habían: “Cuentos de Eva Luna”, varios de Truman Capote, “Desde el Jardín”, “El Beso de la Mujer Araña”, “La Inteligencia Emocional en la Empresa” y un manual para adiestramiento de perros que todos los días me pide mi amá para ver si el Oso se deja de ensuciarle el piso.
Hecho de menos los amigos, las risas, los dvd’s y los recursos de la pega anterior. Pero luego de un mes y diez días, he hallado tomar el gusto al lugar donde estoy……

¿Y cómo va tu pega?