sábado, mayo 26, 2007

Relato: TRAVESÍA EN BUENOS AIRES (VOL. 2)

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“ – Volvimos al mismo lugar Sherlock” – me dijo ella.

Mi experiencia nadando me lo explicó todo en breves segundos, y preferí ser directo:

“ – mmm. A ver, te aviso de inmediato: estamos metidos en una corriente (después preguntas que es, Watson), así es que mientras yo me doy la vuelta para salir, llamemos a uno de los seudo surfistas de la orilla.”

Ella río, y yo me calmé. El aire “tallero” que le imprimí a la situación logró su efecto esperado en mi hermana.

Le hice señas a un muchacho con tabla, y le grité lo mas sereno que pude el caso, pidiéndole ayuda para que ayudara a la niña mientras yo nadaba hasta salir de la corriente.

En vez de hacer eso, prefirió ir a buscar a los salvavidas.

Quizá solo llamó a uno, pero el caso es que aparecieron todos, que eran más o menos diez, incluido un muchacho de unos 9 años.

“ – Parece que vamos a tener problemas en la casa”

“ – Ni me lo recuerdes”

Llegaron los “guardianes de la bahía” chilensis, y quedaron estupefactos de ver a un par de bañistas conversando tranquilamente.

Les conté la situación.

“ – ¿Y quién de ustedes avisó que era una emergencia?” – preguntó el “jefe” a sus “hombres”

“ – “Yo. Me dijeron que era grave.”

Todos, absolutamente todos, se tomaron la cabeza al unísono y casi lloran.

“ - ¿Y que vamos a hacer ahora?” – dijo otro

“- No nos hemos muerto por si acaso” – bromeé, extrañado de la situación.

Me iban a responder, cuando de lejos se oye un rumor sordo y continuo: “tacatacatacataa”.

Era un helicóptero.



Se posó sobre nosotros, y el “jefe” me dijo:

“ – Ya, usted se va en esto, y nosotros nos llevamos a la niña. “

Preferí aceptar la oferta. Antes de contar en la casa que tuve que subirme al helicóptero con mi hermana, prefería cargar la culpa solo. Bastante tenía con haberla llevado mar adentro.

Tiraron un cordel grueso, y de él bajó un tipo en traje de buceo. Me amarraron la gorda pitilla alrededor del cuerpo, un arnés, y nos levantamos.

La sensación de ver a toda la playa mirándote desde abajo es indescriptible. Los cerros, las casas, ¡el mar!, dan un aire de superioridad tan grande que de un tirón olvidé el mal ánimo que tenía. El buzo me sacó del ensueño:

“ – Cuando lleguemos abajo, te tienes que arrodillar.”

“ - ¿Qué?”

“ - ¡Te arrodillas! Por el mareo!”.

El descender no pudo ser más triunfal. Las miles de personas de la playa hicieron un gigantesco círculo a mi alrededor, y me vieron bajar. El buzo fue levantado de nuevo, se despidió desde el aire, y un guardacostas me recibió.

Si, la pasé mal después. Reto fuerte y una inexplicable multa de la municipalidad, pero ya nada me podía destruir.

Al anochecer, salí silbando de la casa y fui a llamar por teléfono.

“ - ¿Aló?”

“- ¿Eres tú?

“ – Si. Necesito hablar contigo.”

“ – No me interesa, a no ser que tengas algo muy extraordinario que contarme”.

Eché la cabeza hacia atrás y reí con ganas.