lunes, marzo 29, 2010

Final de Temporada: Mi Réquiem para un Gordito Lindo


Gordito lindo llegó a la casa por lo menos hace cuatro años atrás. Telma (su mamá), estuvo con dolores de parto todo el día, y mi mamá la tuvo encerrada en su pieza esperando el momento… a medianoche escuché un desgarrador grito gatuno, de esos de películas gore, y la casa respiró por fin al ver a los dos bichos viscosos que habían salido de la nave nodriza.

Al día siguiente, la orgullosa Telma me dejaba verla con sus dos pequeñuelos: uno negro, que se movía demasiado, y el otro, una bolita color té con leche (o “color café”, como se acostumbra a decir en el lenguaje simplificado chileno), que sólo se dedicaba a comer y dormir. Como sería su vida desde entonces.

Por razones que luego entendí, Telma nunca quiso a Gordito Lindo. No quería darle de mamar, lo apartaba, y cada vez que lo lavaba lo terminaba mordiendo muy fuerte. A él parecía gustarle. Y esta actitud lo convirtió en el gato más tierno sobre la faz de la tierra. Yo adoro los perros, mientras con mi esposa caminamos por los parques saludos a todos los canes que pasan a mi lado, pero creo que será bastante difícil encontrar un dogo que iguale la eterna necesidad de cariño que Gordito Lindo tenía. Cuando creció, el rechazo materno lo volvió ansioso, calculamos que en su momento pudo llegar a pesar unos siete u ocho kilos, y a pesar de esto nadie podía sentarse en el sillón tranquilo sin que Gordito Lindo caminara lentamente a sentarse en nuestro pecho, dándonos a tener sentimientos encontrados entre la suavidad de su pelito (se lavaba más que su hermano y su mamá) y la idea de tener unos diez ladrillos encima de uno.

Cuando ya crecía, vimos algunas anormalidades en él: se deprimía con facilidad, y agarraba las enfermedades y accidentes como quien respira. Entonces se escondía debajo de la mesa, no tomaba en cuenta a nadie, y no quería comer. Alguien me comentó que quizá la madre sabía de esto, y por eso intentaba desde el principio dejarlo a su suerte, sabiendo, con lo inteligente que es la naturaleza, que no duraría tanto.

El terremoto fue la gota que rebalsó el vaso: como los cuatro gatos de la casa, salió huyendo despavorido, y apareció muy débil al día siguiente. Desde entonces, sólo comenzó a bajar de peso, su piel se tornó opaca, y le costaba caminar. A pesar de los esfuerzo s por llevarlo a un veterinario, y de mi incansable madre dándole agua y comida directamente en la boca, la anemia pudo más… y un domingo, el mismo día donde nos recibía de vuelta de la iglesia en la escalera de la entrada maullando con pena, nos dejó, yéndose al cielo de los gatos, donde lo espera una eternidad siendo acariciado y lavado, como siempre lo quiso, esperando a que en algunos años más su madre que tanto amó y su hermano mellizo con el que tan bien se llevaba, vayan a juntarse con él y correteen como en su mejores tiempos por las nubes echas de material para sofás, y jueguen con bolitas de lana que estarán esparcidas por todo el firmamento.

Adiós Rucio…. Café… o como yo te llamaba, Gordito Lindo.