miércoles, junio 14, 2006

CAPITULO OCHO: RECUERDOS

- Cuando tenía cuatro años, el tío Richard me preguntó que equipo me gustaba. Como no tuve respuesta, me dijo "cuando te pregunten dí que te gusta la 'U', o La Chile".



- Cuando tenía cinco años, observaba como el tío Richard imitaba a los choferes de micros con un posamaceteros de totora, que todavía da vueltas por su casa.



- Cuando tenía siete años, le conté a mi tío que un compañero de nombre Roberto me golpeaba, y que me daba miedo responderle, porque yo era cristiano. Me dijo "avísame donde vive y yo parto a pegarle". Ante mi negativa a darle la dirección, me dijo "tu eres el más grande del curso. El te debería tener miedo a ti". Seguí el consejo, le di a Roberto lo que aún considero un pequeño empujoncito, y por primera y única vez llamaron a mi apoderado para acusarme de "violento". Pero nunca más me pegaron.



- A los once años, me sentó en la mesa de la casa grande con mi hermano y me dijo "les voy a enseñar algo". Sacó un naipe inglés, repartió doce cartas a cada uno, y nos enseñó a jugar carioca. En séptimo básico les gané a todos en el colegio, a pesar de ser considerado un tonto desde primero a sexto.



- En el verano de mis trece años, conocí todas las picadas para comprar útiles escolares en calle Meiggs, acompañando a mi tío.





- En esa misma época, llegamos un día a la casa cargados de cuadernos y útiles para vender, cuando era como las cuatro de la tarde y no había nada para comer. Él me dijo "¿Quieres almorzar papas fritas?". Fue una oferta muy tentadora, mi mamá jamás hace chatarra en la casa, así que acepté. Mientras freía, llegaron mis otros tíos y le reprocharon lo que estaba haciendo por ser "poco saludable". En respuesta, fue a compar un kilo más de papas, y me dijo "Comámosno todo nomás, y no hagas caso. Si quedas con hambre hacemos completos", ante la irritada mirada de mis otros tíos.



- Cuando la abuela estaba muy enferma, y yo tenía trece años, estábamos casi todo el día con ella le dijimos a J.A. "¿Podemos prender la tele un rato?". El nos miró y dijo "no es tiempo de entretenerse". Aunque mi tío Richard jamás logró aprender a leer, tenía una filosofía que sólo da Dios. Dijo "Estos son cabros chicos. Aprendamos de ellos. ¿Para que vamos a llorar, si todavía nadie muere aqui?", y luego nos sentó en la mesa y jugamos carioca.



- A los quince lo fui a ver un día. Conversamos harto. Lloramos. Lo abrazé y le dije que me perdonara si alguna vez lo había ofendido. Lloró. Tomé eso como un "te perdono".



No me imaginé que moriría ahora. Tenías escasos 42 años. De hecho, creo que mis hijos no conocerán a el típico tío guachaca que expresaba su amor con bebidas y una once de huevos fritos con cebolla, cola de mono para navidad y helado con champagne para año nuevo. Allá va ahora, a juntarse con los padres que tanto extrañaba. Allá va uno más. Aqui quedamos otros más.