domingo, octubre 08, 2006

CAPÍTULO DIECISIETE: LA VERDADERA HISTORIA DE ANTEOJITO

Hace algún tiempo atrás, saliendo eufórico del Liceo luego de una presentación, me quité el chaleco que traía puesto con tanta rapidez, que pasé a llevar mis anteojos. Alcanzé a hacer un amago con el codo izquierdo para sujetar el lente que se cayó, y poder salvarlo. Hace ya más de un año, me pasó algo parecido, salvo que en esta ocasión le había prestado el adminículo al Jérnan para que hiciese una imitación de X persona de manera convincente. Al momento de quitármelos, el mismo lente se fue al suelo y se volvió polvo. no hallé ni siquiera un trocito de muestra.
Pero ahora logré hacerles un arreglo parche (tipo hoyos de las calles capitalinas), con un poco de silicona, que me da una impresión de cómo se vería Harry Potter luego doscientas treinta luchas seguidas con Voldemort y una sobredosis crónica de pan amasado, leche purita y strudels: desgarbado, con el pelo RBD, y con sus clásicos lentes, pero con uno de los ojos caídos.
En consecuencia, este problema se sumó a la lista que me está haciendo acumular rencor contra ellos: no los soporto. Los problemas con ellos son super seguidos:

- Se me olvida ponérmelos y me doy cuenta cuando no leo los títulos de la tele o cuando por quincuagésima vez me tiro un fragmento de piel en vez de la uña reencarnada del dedo chico del pie.
- De vez en cuando pienso que el mundo está cada vez más lúgubre, problema que se soluciona cuando recuerdo que no los he limpiado. Mágicamente todo retoma un cariz optimista.
- Escapan de mí de un salto cuando estornudo muy fuerte, cuando me río contrayendo la cara, cuando las chicas me rechazan de una bofetada o cuando me asustan sin querer (gritos tras de mí, o repeticiones de cintas de terror como Warlock el brujo o la película de Britney Spears).
- Además los callos de las yemas de mis dedos que lucía tan orgullosamente como pésimo guitarrista, pero empedernido, se han trocado a vergonzosos dedos que se dedican las tres cuartas partes del día a acomodar los espejuelos en la cara.
- Para qué decir los ojos: los chistes de que "son tan valiosos que los tengo en vitrina" ya no sirven, porque la vitrina se oscurece con el sol, y ni yo me acuerdo de qué color son.
A pesar de que éstos están protegidos, y ya no tengo que tomar la micro con alguien que vea los números por mí, me están apestando. Al final de todo, la vida de Anteojito no es tan plácida como parece.....