viernes, abril 07, 2006

CAPÍTULO DOS: UNA NOCHE

Recuerdo el peor día de mi vida. No creo, por ejemplo que el mejor día de la vida de un casado tenga que ser precisamente el día del casamiento. Yo estuve muchos años de mi vida imaginándome el "mágico" primer día de universidad, pero fue bastante simplón. En realidad la vida muchas veces es bien simplona, a veces soy yo el que intenta darle mayor connotación a lo cotidiano. En la universidad aquella vez fui con una polera azul muy humirde, y unos jeans hiper gastados y remendados. Conocí a un par de compañeros, me asombré de la enorme cantidad de damas asombrosas (el que lee, entienda) en tan pocos metros cuadrados, y listo. Para la casa. Pasé momentos terribles también, la depresión por ejemplo, de la que odio hablar mucho, no porque quiera evadirme, sino que ya he dicho demasiado. O demasiado para mi gusto. fueron varios años, prácticamente toda mi enseñanza media, y lo sobrellevé con humor, y luego con la fe en Dios. Bueno, aquella polera azul está a un par de metros de mí, toda hecha pedazos, y la uso como paño para limpiar cuando es necesario y falta mucho para que llegue la auxiliar. No saben lo difícil que es encontrar un paño en el liceo. Y, claro, aunque llegué con grandes expectativas a la u de encontrar una chica asombrosa, nunca me he asombrado más de la cuenta. Porqué, no tengo idea. Bueno, en realidad si. El primer año estaba olvidando, el segundo sanándome y este año.... este año recién comienza. Eso me irrita de dicha. De verdad lo digo. Bueno, fue aquella depre la que me dió el peor día de mi vida. Era un domingo. Llegamos a la casa desde la iglesia, y como si fuera un año bisiesto o capricornio estuviera posado sobre un cuarto de equinoccio del Estadio Monumental, mi familia se puso de acuerdo para ver una película. Fue "Los Intocables", de Brian de Palma. Ni tan buena, pero para mi en aquel entonces lo era. Disfruté con cada átomo de mi ser cada fotograma de cine. La muerte de Sean Connery era como un anticipo de mi propia muerte. Era el último día de vacaciones de invierno. Mientras veía un ascensor con dos personas muertas en la tele pensaba "no tengo ningún motivo para ir a clases mañana ni nunca. Odio la contabilidad, odio a los contadores y toda su cofradía, odio a mi padre que está al lado mío sentado a punto de quedarse dormido. Odio a toda mi familia, y a mi mismo, por adjudicarme el amargo derecho de odiar". Terminó la película. A dormir. Intenté poner cara de sufrido, pero creo que sólo la veía yo. recordé vagamente que existían altas probabilidades de que Dios existiera, y ordenando cuadernos me dije nuevamente "¿Que motivo puedo tener para ir mañana a clases?". Un cuaderno se me fue al suelo y de él salieron unas hojas sueltas. Era el libreto, el libreto del cortometraje que había estado presentando como proyecto muchos años antes, del cual hice un cásting ayudado por la productora, una chica del liceo de la cual estaba profundamente falled in love, y que, claramente jamás me tomaría en cuenta. Casi lloré (casi), y me di cuenta de que tenía que terminar el corto.
Decidí terminar el segundo semestre de aquel cuarto medio (aún me quedaba el quinto comercial) en el patio del liceo con una cámara al hombro. Me fui a acostar. Lloré sin lágrimas (eso no se lo doy a nadie, ni siquiera a Steven Seagal) y comenzé a suspirar, pausado y fuerte. Era agosto. un horrible agosto. no pensaba que desde el día siguiente en adelante mi vida tomaría giros tan afortunados como inesperados, como también mi carácter y mi corazón, y que decidiría perdonar a todos, amar a todos lo más sinceramente que se puede amar, y que jamás un invierno me haría sufrir. Suspiraba no espontáneamente, sino para que mi madre o padre me oyeran, y quizá se levantaran, y quizá me arroparan, y quizá me dieran un beso y si tenía mucha suerte quizá podrían preguntarme que me pasaba. Pero no. Todo siguió su curso. Como Dios quería que siguiera. Y me dormí. No sé como pero lo hice. El día que intenté quitarme la vida (un par de semanas después) no fue tan malo. "Eso" duró breves instantes. Pero aquella noche, el último invierno triste, el peor día de mi vida, tuvo las cualidades suficientes para ser catalogados así. ¿Saben porque lo cuento? porque ya pasó. De todas las formas, todo ha pasado.