domingo, septiembre 10, 2006

CAPÍTULO QUINCE: LO QUE ME OCURRE CON LOS ONCES DE SEPTIEMBRE

Durante mis veintidós años de vida he vivido cada once de septiembre de manera intensa. Aquellos que viví antes de 1990 se cuentan entre los peores (y no solo ese día, sino muchos más antes de que Pxxxxxxx le entregara el mando a Aylwin) , y luego, en los primeros años noventa se convirtieron en compartir con la familia, enterarse realmente de qué pasó con nuestro país, de cuánta sangre se derramó y de asimilar con estupor que estuvimos divididos entre los que tenían y los que no tenían armas. Hasta hoy creo que el hecho de acercarme a Cristo fue en parte porque sé que él es el único que puede hacer que jamás ocurran estas horripilantes situaciones en el país en que nací, y al que amo.



Pero el tiempo pasa muuy rápido, de pronto me di cuenta de que los días 11 ya no eran conmemorados de la misma manera, que las velatones se reemplazaron por la odiosa impotencia de ver a vándalos en la esquina de mi población cortando la electricidad y quemando neumáticos, basura y ramas viejas. Jóvenes. Menores de edad. Mientras sus padres están en la casa llorando sus propias miserias como para preocuparse de sus hijos, o (¡Peor aún!) sabiendo en qué están, y dejando que "la pasen bien un rato".

El 11 / 09 / 2001 fue apocalíptico. Por las mañanas vi en la televisión de una consulta médica como a miles de kilómetros se derrumbaban los sueños de miles de personas, y un avión que pasaba como cuchillo en la margarina por el corazón de los norteamericanos, y por la tarde estuve en una reunión de oración, sin luz, cantando "Paz en la Tormenta", y oyendo los odiosos disturbios de afuera. Me sentí triste por varios motivos: por las consecuencias que debió sufrir la soberbia estadounidense, y más específicamente, la soberbia del gobierno de Bush (la biblia dice "todo lo que el hombre cosecha, eso también segará"), por los terroristas, y su, a mi parecer, pésima vía de paz, y también por los chilenos: nadie nunca más, aparte de nosotros, recordaría estas fechas como el día en que Chile vió a su democracia cayendo en desgracia.




¿Qué puedo hacer? me siento responsable por tanto vandalismo, por tanto mal por sólo hacer mal, lo digo de corazón. Mi país enfrenta pequeñas guerras civiles, cuando en este 11 todos nos podríamos sentar a la mesa en cada casa, tomarnos de las manos, cerrar los ojos y pedir por los que han sufrido, por los que hicieron sufrir y para que no se sufra más. Y luego mirarnos, sonreír, examinar los rostros, y agradecer a Dios, porque vivimos. Y vivimos en abundancia.